Tú tirando de mí hacia el fondo del pasillo, colgando mi mano de tu dedo meñique. Nos soltamos y bailamos un tango descalzos en el baño, te sientas y te cojo prestado como silla, me levanto y me convierto en diana haciendo de mi espalda tu espejo. Cantamos aquella canción que duraba tres minutos y medio, la de la letra sin estribillo, la del principio y el final en el mismo lugar.
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